29 jun 2013

Volviendo a sumergirme en las aguas

     Nunca fui una persona muy devota. La última vez que tuve algún tipo de contacto místico fue a mis nueve años, cuando tomé mi primera comunión. Para ese entonces solía desempeñarme de manera sobresaliente en la primaria, y no podía ser menos en mis clases de catequesis. Sin embargo con el tiempo, fui perdiendo interés. Después asistí a una secundaria de formación católica y eso terminó de asesinar la poca Fe que me quedaba. A partir de allí, intento buscarle explicación a todo basándome en el curso natural de las cosas y en las leyes de causa y efecto. 
     Sin embargo anoche, después de mucho tiempo - con ayuda del libro que estoy leyendo - sentí realmente el deseo de rezarle a Dios, no al de una religión específica, sino a ese ente superior, al que estoy convencida de que está más allá de cualquier explicación lógica. Así que eso hice. Me senté en la cama, cerré los ojos, y puse mis manos en gesto de plegaria. En pocas palabras, le pedí - o más bien le imploré - que me diera alguna señal, algo que me demostrara que todavía podía encontrar a un hombre que me valorara, que no me hiciera sentir que perdí el tiempo o que di mi amor en vano. Probablemente me fui por las ramas, como suele sucederme durante una conversación con cualquier persona de carne y hueso. No lo sé, pero de un momento a otro me encontraba llorando desesperada sin motivo aparente. La realidad es que aquel había sido mi último recurso, ya estaba lo suficientemente resignada con mi vida amorosa como para buscarle otra vuelta a la cuestión. Unos minutos después, y casi sin darme cuenta, alguien me había invitado a salir.
     La verdad es que lo tomé como una señal. No como esas que te dicen 'acabás de encontrar al amor de tu vida, vas a casarte, tener quince hijos y vivir en el campo rodeada de perros labradores', sino más bien como una especie de advertencia, algo que anunciaba que lo mejor aún está por venir. Que es momento de disfrutar. Que hay más peces en el río y que quizás ya es momento de que empiece a nadar otra vez. Nadie dice que no vaya a meterme en aguas profundas, que algunas quizás sean turbias, o que no hay posibilidades de que vuelva a ahogarme. Pero por primera vez en varias semanas, quiero intentar salir de mi zona de comfort y aprender que la vida es a prueba y error.
    Sé que en algún momento las cosas se darán solas y volveré a sentirme especial para alguien. Sólo es cuestión de tiempo y de dejar entrar a mi vida a quienes se lo merezcan.
     Y en el caso de que eso no pase, de que la soledad me envuelva y la vida amenace con dejarme sin compañía para siempre, volveré a rezar. Quizás mi historial de buenas acciones se le haya traspapelado a Dios y después de un poco de paciencia - y algunos trámites- pueda darme mi final feliz.


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