1 jul 2013

Reconociendo errores

           Si tuviera que elegir una palabra que me describiera a la perfección, definitivamente no sería PACIENTE. No soy de esas personas que se caracterizan por tener la capacidad de tolerar ciertas cuestiones a lo largo del tiempo sin desesperarse. La verdad, es que incluso me avergüenza un poco decir que, a pesar de no saber exactamente lo que quiero, lo quiero AHORA.
           No hay otra explicación lógica para mi comportamiento. Me urge encontrar la solución a los problemas en el mismo momento en que estos suceden. Cuando alguien está en falta conmigo, ruego e imploro que vuelva automáticamente a pedirme disculpas para arreglar las cosas cuanto antes. No me entra en la cabeza como una persona puede tomarse un largo tiempo para aclarar sus ideas o para saber qué quiere hacer de su vida. Claramente, estoy cometiendo un grave error.
           Creo que hoy, después de mucho tiempo y desde el sillón de un consultorio, al fin puedo entenderlo. Tras años y años de incomprensión, de sufrimiento y de frustración, comienzo a comprender mis faltas y qué es lo que hace que la gente de a momentos no me soporte.
            Lo peor que podría estar haciendo hoy, es esperar que los demás hagan lo mismo que yo haría ante cierta situación. No todos somos iguales. No todos solucionamos los problemas de la misma forma y en el mismo espacio de tiempo. La realidad es que a veces, sólo es cuestión de dejar que las cosas fluyan por sí solas. De no estar esperando el momento justo, de no impacientarse, de no creer que todo va a salir tal como lo planeamos.
             Sé que esto no se arregla de un día para otro en una persona. Posiblemente me lleve sesiones enteras e infinitos momentos de reflexión. Pero quiero cambiarlo. Quiero dejar de ser un peso para las personas, quiero dejar de esperar cosas, quiero empezar a disfrutar y que los problemas se arreglen - o no - cuando deban hacerlo. Por primera vez en mi vida, confío en que el paso del tiempo - algo que siempre detesté - podrá enmendar esas cosas que sé que están mal en mi.

29 jun 2013

Volviendo a sumergirme en las aguas

     Nunca fui una persona muy devota. La última vez que tuve algún tipo de contacto místico fue a mis nueve años, cuando tomé mi primera comunión. Para ese entonces solía desempeñarme de manera sobresaliente en la primaria, y no podía ser menos en mis clases de catequesis. Sin embargo con el tiempo, fui perdiendo interés. Después asistí a una secundaria de formación católica y eso terminó de asesinar la poca Fe que me quedaba. A partir de allí, intento buscarle explicación a todo basándome en el curso natural de las cosas y en las leyes de causa y efecto. 
     Sin embargo anoche, después de mucho tiempo - con ayuda del libro que estoy leyendo - sentí realmente el deseo de rezarle a Dios, no al de una religión específica, sino a ese ente superior, al que estoy convencida de que está más allá de cualquier explicación lógica. Así que eso hice. Me senté en la cama, cerré los ojos, y puse mis manos en gesto de plegaria. En pocas palabras, le pedí - o más bien le imploré - que me diera alguna señal, algo que me demostrara que todavía podía encontrar a un hombre que me valorara, que no me hiciera sentir que perdí el tiempo o que di mi amor en vano. Probablemente me fui por las ramas, como suele sucederme durante una conversación con cualquier persona de carne y hueso. No lo sé, pero de un momento a otro me encontraba llorando desesperada sin motivo aparente. La realidad es que aquel había sido mi último recurso, ya estaba lo suficientemente resignada con mi vida amorosa como para buscarle otra vuelta a la cuestión. Unos minutos después, y casi sin darme cuenta, alguien me había invitado a salir.
     La verdad es que lo tomé como una señal. No como esas que te dicen 'acabás de encontrar al amor de tu vida, vas a casarte, tener quince hijos y vivir en el campo rodeada de perros labradores', sino más bien como una especie de advertencia, algo que anunciaba que lo mejor aún está por venir. Que es momento de disfrutar. Que hay más peces en el río y que quizás ya es momento de que empiece a nadar otra vez. Nadie dice que no vaya a meterme en aguas profundas, que algunas quizás sean turbias, o que no hay posibilidades de que vuelva a ahogarme. Pero por primera vez en varias semanas, quiero intentar salir de mi zona de comfort y aprender que la vida es a prueba y error.
    Sé que en algún momento las cosas se darán solas y volveré a sentirme especial para alguien. Sólo es cuestión de tiempo y de dejar entrar a mi vida a quienes se lo merezcan.
     Y en el caso de que eso no pase, de que la soledad me envuelva y la vida amenace con dejarme sin compañía para siempre, volveré a rezar. Quizás mi historial de buenas acciones se le haya traspapelado a Dios y después de un poco de paciencia - y algunos trámites- pueda darme mi final feliz.


28 jun 2013

Bienvenida al Mundo Real

      Hace no mucho tiempo, vivía con la idea fija de que necesitaba un psicólogo. Pensaba que tenía muchas situaciones inconclusas que resolver y que lo mejor que podía hacer era tratarme. La realidad es que, en ese entonces, nada estaba mal conmigo. Jamás se me hubiese pasado por la cabeza que en un futuro cercano iba a tener que recurrir a la terapia por razones extremas, y, cuando menos me lo esperaba, terminé despatarrada en el sillón de un consultorio contándole mis problemas a una completa desconocida.
      Es curioso y fascinante saber que alguien que jamás te ha visto puede sacar conclusiones con una simple confesión que una le hace. Es increíble como cada palabra que salió de mi boca se convirtió en una espina menos en el corazón. De repente, todos los nervios que sentía antes de llegar a la consulta se habían desvanecido. Era simplemente yo, al desnudo, totalmente consciente de lo violento que puede ser el desenlace de las cosas. Desprendí el cuento de hadas de mi piel, saqué de mi sistema la noción del mundo perfecto, desterré para siempre la idea fija del final feliz. En pocas palabras, comencé a redescubrirme por primera vez en mucho tiempo. Y salí de allí con una sonrisa, ansiosa por mi próxima sesión.
      Más tarde esa noche, decidí recurrir a mi terapia alternativa: el séptimo arte. Fue el turno de mirar Comer, Rezar , Amar, y no fue una elección al azar. Justamente esta película - basada en el libro de Elizabeth Gilbert, el cual voy a comenzar a leer pronto - habla sobre volver a encontrarse con una misma, de aprender a vivir, de mantener el equilibrio, de buscar la felicidad... de todas esas cosas que yo perdí tiempo atrás y que creí tener hasta que la realidad cayó sobre mí como un balde de agua fría.
      Yo no podía encontrarme en el reflejo del espejo. Yo estaba desperdiciando el arte de vivir. Yo había perdido el equilibrio. Yo no era feliz. Mi mundo se había vuelto monótono, patético, carente de sentimientos y giraba en torno a una persona. Alguien a quien yo decidí entregar mi alma como si fuera el único ser humano sobre la Tierra, creyendo inútilmente que de esa forma se llegaba al éxtasis total. Y me olvidé del resto. Me olvidé de mis metas, de mi pasión. Pensaba que era correcto sacrificar todo por amor, que esa era la forma indicada de amar a una persona. Quizás lo fue, pero definitivamente no se acercaba ni de asomo a la mejor manera de amarme a mi misma.
      Mi cabeza es un lío. Estoy replanteándome mis últimos meses de vida intentando encontrar respuestas para todo. Intento entender qué estaba haciendo, intento definir qué sentido tuvo todo lo que pasé. Intento saber si aún lo amo. No tengo dudas de que en algún momento lo hice - y con todas mis fuerzas - es sólo que creo, después de horas de reflexión, que hay una delgada línea entre el afecto y el miedo a romper los lazos y que en eso tendré que concentrarme.
       Quizás en algún momento pueda descubrir qué es exactamente lo que siento por él. Quizás jamás lo haga. Simplemente sé que hoy por hoy, todavía tengo una tarea mucho más complicada para realizar: encontrarme a mí misma. Estoy trazando mi propio mapa, volviendo a mis costumbres, buscándome, saliendo de este pozo en el que toqué fondo. Más adelante tendré el tiempo suficiente para hablar de amor, para hablar de compromisos, para hablar de él... o tal vez no.


Dear David,

We haven't had any communication in a while, and it's given me time I needed to think. Remember when you said we should live with each other and be unhappy so we could be happy? Consider it a testimony to how much I love you that I spent so long pouring myself into that offer, trying to make it work. But a friend took me to the most amazing place the other day its called, The Augustium. Octavian Augustus built it to house his remains. When the Barbarians came they trashed it along with everything else. The Great Augustus Rome's first true great emperor. How could he have imagined that Rome, the whole world as far as he was concerned, one day would be in ruins? It's one of the quietest and loneliest places in Rome. The city has grown up around it over centuries. Feels like a precious wound, like a heartbreak you won't let go of cause it hurts too good. We all want things to stay the same, David. Settle for living in misery because were afraid of change. Of things crumbling to ruins. then i looked around in this place at the chaos its endured. The way its been adapted, burned, pillaged, and found a way to build itself back up again...and i was reassured. Maybe my life hasn't been so chaotic, It's just the world that is. And the only real trap is getting attached to any of it. ruin is a gift. Ruin is the road to transformation. Even in this eternal city. The Augustium showed me that we must always be prepared for endless waves of transformation.

Both of us deserve better than staying together because we're afraid we'll be destroyed if we don't.